Desde la eternidad Dios era impersonal hasta el momento en que el Pensamiento y la Voluntad se encontraron uniéndose en plena y bella armonía; luego surgió El como Personalidad, como Soberano de la Luz y Vencedor de las Tinieblas, limitado en Su Personalidad, ilimitado en Su Voluntad Tododominadora, encerrando tiempo y espacio en Su Pensamiento Todoabarcador –tanto en el sentido limitado como en el sentido ilimitado–. Una Deidad y un poder que ningún ser humano puede comprender, ni siquiera aproximadamente; inclusive la imagen más bella y más sublime de una deidad sólo es un reflejo débil de su Gloria, Su Omnipotencia y Su Sabiduría. Cada ser humano lleva en su pensamiento un reflejo de Dios; cuanto más joven y menos evolucionado es el espíritu humano, tanto más débil y más difuso es el reflejo, y tanto más se asemeja a lo humano el ideal divino, pues todos los ideales que proceden de la imaginación humana, llevan también el lastre de sentimientos y propiedades puramente humanos. Por eso: Cuanto más difuso es el reflejo tanto más misterioso los seres humanos revisten lo divino, para de esta forma, en lo posible, encubrir o cohonestar lo incomprensible, lo que no puede ser visto con ojos terrestres, o lo que no puede ser concebido por el débil y poco evolucionado pensamiento humano. Pero si el espíritu es mayor y más evolucionado, Dios y lo Divino se refleja más puro, más noble y más bellamente en el pensamiento del ser humano, y tanto mejor será capaz él de imaginarse un alto ideal divino con el que trata de unirse mediante el íntimo fervor de la oración. No sólo la Sublimidad y la Omnipotencia de Dios se reflejan en el pensamiento de cada ser humano, sino también la Paternidad de Dios, Su profundo y entrañable Amor Absoluto; por eso, los seres humanos veraces, justos y puros manifestarán en su pensamiento, sus obras y en su manera de ser, un límpido reflejo del compasivo Amor de Dios, y en sus corazones llevarán la confianza absoluta del niño en el Padre lejano e invisible a cuyo amparo se sienten felices y seguros. Pero los espíritus jóvenes y poco evolucionados que aún están muy influenciados por las Tinieblas, sólo en ínfimo grado pueden concebir a Dios como el Padre bondadoso, afectuoso y justo; con demasiada frecuencia les parece un soberano austero y autoritario, la deidad aterradora, vengadora y exigente que nada da sin recibir tributos en forma de ofrendas sangrientas o inciensos; una deidad que ha de ser sobornada constantemente para que el ser humano pueda conseguir los bienes deseados. Pero a través de las muchas encarnaciones evolutivas, aquellos que sienten ahora un temor servil por su Dios y Padre, algún día llegarán a tener la fé y la confianza inquebrantables del niño en El. Muchas personas llevan en su pensamiento y en su corazón un bello y diáfano reflejo de la deidad; pero, en la existencia terrestre, la imagen original que llevaron consigo de la existencia en el mundo suprasensible, es velada y difuminada por los dogmas humanos transmitidos de generación en generación. A estas personas les conviene urgar en su interior, cerrar el pensamiento a todas las afirmaciones falsas y todas las conclusiones erróneas, hasta que haya sido retirado el velo del reflejo divino para que de nuevo aparezca con contornos nítidos y claros en toda su esplendorosa belleza. Pero a medida que transcurra el tiempo, a medida que siglos se suman a otros siglos y las Tinieblas sean eliminadas más y más, cada vez más seres humanos llegarán a reconocer el Amor infinito de Dios, Su Justicia, Su Bondad y Su Misericordia, y reconocerán que lo han dotado a El, el Altísimo, de cualidades puramente humanas las cuales le deben ser despojadas para que Su Imagen de nuevo pueda aparecer pura, bella y noble. Cada ser humano debe esforzarse por alcanzar la comprensión de esta idealización de la Deidad. Cuando Cristo en su Exhortación a los seres humanos (véase ésta en la pág. 131) dice: «Lleguen mis palabras a todos los pueblos de la Tierra; todos las oigan y alcancen las regiones más recónditas de la Tierra», no quiere decir con esto, que los que ahora son capaces de comprender y complacerse con su evangelio de amor, deban salir de inmediato al mundo para hacer partícipes de su palabra a los de ideas y credos diferentes; sino que lo dice porque El sabe que todos los seres humanos algún día, tarde o temprano, algunos en la presente encarnación, otros en las futuras, alcanzarán la madurez suficiente para poder recibir Su Mensaje con íntimo regocijo y con profunda comprensión. Pero aunque el momento en que todas las religiones de hoy se fusionen en una sola todavía pertenece a un futuro muy lejano, los seres humanos mismos, sin embargo, pueden contribuir mucho a que este momento se aproxime, no adoptando en contra de su convicción interior, una actitud incomprensiva y reacia ante el Mensaje que aquí les es dado desde el mundo suprasensible, sino procurando que el conocimiento de éste pueda ser propagado de individuo a individuo, de pueblo a pueblo, de modo sereno y digno, sin coactiva propaganda o trabajo misionario fanático, ya que este Mensaje puede contribuir en grado sumo a que el espíritu en la existencia terrestre, pueda llegar a ser el límpido espejo en el que puede ser captada y reflejada la imagen de la Deidad con una belleza más pura y más fuerte que hasta ahora. Pero todos han de comprender que el reflejo de Dios y de lo Divino, por muy hermoso que llegue a ser en la existencia terrestre del ser humano, nunca podrá llegar a la altura de su ideal. |