Dos Hermanos.
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DOS hombres, dos hermanos iban peregrinando por un camino pedregoso. Los ardientes rayos del sol cegaban sus ojos y blanqueaban el polvo de la Tierra.
Uno era pequeño y de complexión delgada.
Llevaba una carga grande y pesada sobre sus hombros. Su andar era firme y seguro; pues se apoyaba en un cayado. Llevaba la cabeza erguida, y su rostro brillaba de regocijo.
El otro era grande y recio.
Llevaba una carga pequeña sobre sus amplios hombros. Su andar era vacilante e inseguro; pues no se apoyaba en ningún cayado.
Andaba con la cabeza gacha, suspiraba y gemía bajo el peso de la carga, aunque su carga era pequeña.
El primer hermano trató de alentarlo, diciendo:
«El camino que lleva al hogar de nuestro Padre es largo y fatigoso; ¡hermano mío, qué será de tí cuando ya desde el comienzo del camino gimes y te lamentas de tu carga!»
El otro contestó maldiciendo el largo del camino y las piedras que herían sus pies.
El primer hermano se entristeció, mas caminaron silenciosamente uno al lado del otro.
Grandes turbas iban afluyendo de los caminos laterales al camino que seguían los hermanos.
Algunos andaban en grupos, otros andaban en parejas –muchos andaban solos.
Algunos andaban resolutos y seguros por el camino, mas todos llevaban cargas en sus hombros.
Algunos las llevaban pesadas y grandes, otros pequeñas y ligeras.
Los que se apoyaban en cayados, se adelantaron rápidamente a los hermanos, les hicieron señas exclamando:
«Mirad, vamos a la casa de nuestro Padre, lo saludaremos y diremos que no tardaréis en llegar». Y desaparecieron en la lejanía.
Eran muchos los desdichados que iban tambaleándose por el camino; gimiendo bajo el peso de las cargas; se lamentaban de los abrasantes rayos del sol y de la sed que les acosaba.
El primer hermano se dirigió a ellos hablándoles dulce y afectuosamente.
Vió que no tenían jarros para tomar agua del pozo del camino.
Sacó su jarro del cinto, lo llenó con agua y les dió de beber.
Vió que no tenían ningún cayado en que apoyarse; les dió el suyo para que no se cayeran.
Vió que se tambaleaban bajo sus cargas, tomó las cargas, las puso sobre sus hombros y continuó su marcha con pasos firmes y seguros, y todos se extrañaron muchísimo.
Y hablaban entre sí sobre esto, diciendo:
«Mirad, este hombre nos dió de beber, nos prestó su cayado, tomó nuestras cargas y las puso sobre sus propias cargas pesadas –y sin embargo camina firme y seguro por el camino, ¿Cómo es posible esto?».
Mas él les contestó diciéndo:
«Camino hacia la casa de mi Padre; la esperanza de ver el amoroso rostro de mi Padre aligera mis cargas; los amorosos pensamientos de mi Padre me acortan el camino».
Y volviéndose a la multitud, les dijo:
«Seguidme todos vosotros que os tambaleáis y gemís por el esfuerzo y las penalidades del camino, yo os guiaré al Reino de mi Padre; porque El tiene muchas viviendas y le rogaré preparar un lugar donde podáis reposar después de las penalidades del peregrinaje».
Y todos se regocijaron mucho, y todos lo siguieron.
Cuando el hijo llegó al Reino de su Padre, los siervos abrieron de par en par las inmensas hojas del portón, plenos de júbilo cuando vieron al hijo cruzar por el portón seguido de la multitud.
Y el hijo llegó a la vivienda de su Padre, puso sus cargas a los pies del Padre, besó el ribete de su túnica y dijo:
«Mira Padre, traigo a todos estos desdichados a tu casa. Ví que se tambaleaban bajo sus cargas, les dí mi cayado para que no se cayeran. Ví que tenían sed, y les dí mi jarro con agua del pozo del camino. Oí que gemían y tomé sus cargas sobre mis hombros. Padre, les prometí que tú les prepararías un sitio donde podrían resposar después del esfuerzo y las penalidades del peregrinaje».
El Padre miró amorosamente a su hijo y dijo:
«Has regocijado mi corazón de padre». Y dirigiéndose a la multitud, dijo:
«Sed bienvenidos todos a mi Reino; pues sabed que: todos sóis mis hijos; para el corazón del Padre todos sóis iguales –altos y bajos, pobres y ricos. Sed bienvenidos todos; pues sabed que yo, vuestro Padre, os mandé a vosotros al peregrinaje del que ahora habéis regresado.
Mis siervos os llevarán a las viviendas que están preparadas para los míos; allí, en retiro, deberéis meditar sobre la trayectoria de vuestras vidas. Cuando todo esté manifiesto para vosotros, entonces contestaréis a las preguntas que yo, vuestro Padre, os haré, me contestaréis ¿por qué la carga que os dí para llevar, os abatió? Me contestaréis ¿por qué las piedras del camino hirieron vuestros pies y los rayos del sol cegaron vuestros ojos?
A algunos de vosotros dí una carga grande a llevar y pequeñas obras que hacer; a otros dí pequeñas cargas a llevar y grandes obras que hacer. Muchos de vosotros habéis llegado antes de que yo os llamara, muchos de vosotros habéis llegado mucho tiempo después de haberos llamado.
Ahora, mis siervos os llevarán a vuestras viviendas.
Cuando todo esté meditado, todo contestado, entonces veréis, entonces las lágrimas del arrepentimiento os limpiarán, y luego yo, vuestro Padre, os daré la túnica blanca que es la remisión de los pecados».
Y levantando sus manos les prodigó su bendición sobre sus cabezas inclinadas.
Y los siervos los llevaron consigo.
Mas el Padre se dirigió al hijo diciendo:
«Hijo mío, has traído a muchos desdichados a mi hogar, pero falta uno. Mis ojos han buscado una y otra vez ¡mas no lo encontraron!
Hijo mío, contesta a tu Padre y dime: ¿Dónde está el hermano que te acompañaba al comenzar tu camino?»
Mas el hijo le contestó diciendo:
«Padre, mi hermano llegará en seguida. Mi hermano era grande y fuerte y su carga era pequeña, no necesitaba mi ayuda».
Entonces se nubló el rostro del Padre, y dijo:
«Hijo mío, cuando al no seguirte más tu hermano, ¿te volviste para llamarlo? O ¿cómo sabes que no necesitaba tu ayuda?
Hijo mío, ¿no viste que tu hermano se tambaleaba, no viste que las piedras del camino herían sus pies? ¿No viste que los ardientes rayos del sol le cegaban los ojos? ¿No oíste que gemía y se lamentaba bajo el peso de su carga?»
Entonces el hijo bajó avergonzado la cabeza, y respondió diciendo:
«Padre, al no seguirme mi hermano no me volví para llamarlo. Padre, veo que he cometido un gran error; Padre, ¡olvidé a mi hermano!»
Entonces, el Padre apenado miró al hijo y dijo:
«¡Toma tu cayado y regresa; busca hasta que encuentres al hermano que no te siguió!»
El hijo bajando la cabeza, dijo:
«Padre, iré en busca de mi hermano –no regresaré hasta que lo traiga conmigo».
Cogió su jarro y lo llenó con agua del pozo del Hogar, tomó su cayado y regresó por el camino que acababa de abandonar.
No llevaba ninguna carga en sus hombros, pero la pena del Padre pesaba en su corazón.
Oteaba en todas direcciones, sus ojos buscaban una y otra vez –mas no encontraba a su hermano.
Anduvo de vuelta más de la mitad del camino.
¡Entonces vió a su hermano!
Estaba tumbado a la vera del camino. La carga había caído de sus hombros. Los ardientes rayos del sol habían cegado sus ojos. Las agudas piedras habían herido sus pies. Su túnica estaba desgarrada y haraposa, su cuerpo cubierto de heridas y salpicado por el cieno y la inmundicia del camino.
El hermano se arrodilló a su lado dándole a beber agua del pozo del Hogar; y lo levantó, tomó su cinturón y lo ató en torno a la cintura del hermano para que no se le cayera la túnica. Le dió su cayado como apoyo, le quitó la carga poniéndola sobre sus propios hombros.
Colocó el brazo amorosamente sobre sus hombros, guiándolo por el camino hasta el Hogar del Padre.
Cuando los siervos vieron llegar a los dos hermanos, abrieron de par en par las inmensas hojas del portón, y se inclinaron silenciosamente ante ambos.
Y los hermanos caminaron a la vivienda de su Padre, y el hijo guió al hermano encontrado ante el Padre.
El Padre abrió sus brazos al reencontrado apretándolo contra su corazón y le dijo:
«Hijo mío, hijo mío, ¿por qué hiciste esperar a tu Padre tanto tiempo? ¿¡No oíste el llamado de mi voz!?
Hijo mío, el espíritu que te dí era fuerte y bello –mas ¡mira cómo has ensuciado tu cuerpo!
Mis siervos ahora te llevarán a la vivienda que está lista para tí desde hace tiempo; allí, en retiro, deberás meditar sobre el largo peregrinaje de tu vida.
Cuando todo esté bien reflexionado, cuando todo te quede manifiesto, entonces me responderás a mí, tu padre, ¿por qué no realizaste la obra que me prometiste realizar? Me responderás ¿por qué permitiste que las piedras del camino hirieran tus pies? y me responderás, ¿por qué sucumbiste bajo la pequeña carga que te dí a llevar? ¿por qué el polvo y la inmundicia del camino mancharon tu cuerpo y tu túnica? Y me explicarás ¿por qué no contestaste al llamado de mi voz?, ¿por qué hiciste esperar a tu Padre tanto tiempo?.
Cuando hayas respondido, entonces tus ojos ciegos verán, entonces las lágrimas del arrepentimiento limpiarán la suciedades de tu cuerpo, y entonces yo, tu Padre, te impondré la túnica blanca que es la remisión de los pecados».
Y puso sus manos en la cabeza inclinada del hijo, y los siervos llegaron y lo llevaron a la vivienda que por mucho tiempo había estado vacía.
Mas el Padre se dirigió al otro hijo, apretó amorosamente su mano y dijo:
«Hijo mío, has regocijado mucho mi corazón; pues has de saber que: ningún regocijo es mayor que el que siente el corazón del Padre, cuando el hijo que ha sucumbido es recobrado de nuevo al Hogar. Sí, has de saber que: ningún regocijo es mayor que el que siente el Padre, cuando el hijo que creyó que había perecido regresa al Hogar!
Hijo mío, a tí mucho te fue dado, a tí más te será dado –vete a la vivienda que mi corazón de Padre ha preparado para tí, y recibe allí la recompensa que te espera.

7 de marzo de 1911

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La parábola arriba relatada ante todo fue dada con respecto a la relación entre sí de Jesús de Nazaret y José de Arimatea durante la vida terrestre, cuando, de acuerdo a su promesa a Dios, deberían haberse ayudado y suplido el uno al otro. Como Jesús, después de su conversación con José*, no trató de atraerlo, sino que continuó su propio camino sin preocuparse por él, el reproche del Padre, en la parábola, concierne justamente a Jesús, y así como en la parábola, el hijo debió volver para buscar al hermano, así Jesús (el mayor de los Menores) debió buscar a José de Arimatea cuando el espíritu de éste, a la muerte del cuerpo, no regresó a las viviendas celestiales.
Por el homicidio del viejo criado, por su miedo de perder sus riquezas y perder su prestigio entre los seres humanos, y también por haber callado su participación en la desaparición del cuerpo de Jesús, José se sometió a sí mismo al poder de las Tinieblas. Por esta culpa de pecado su espíritu se vió obligado a llevar, después de la muerte del cuerpo, una larga existencia preso a la Tierra, hasta que el mayor de los Menores, después de siglos de búsqueda, lo encontró sumido en profundas Tinieblas espirituales.
La parábola también fue dada con respecto a toda la humanidad, ya que cada ser humano, que durante su vida terrestre ve a un pariente o a un amigo sucumbir bajo las cargas sin preocuparse y sin tender una mano de ayuda, después de terminada la vida terrestre indefectiblemente oirá la pregunta de Dios: ¿Dónde está el hermano (o hermana) que te acompañaba? Lo mismo se aplica a los seres humanos que prometieron, antes de la encarnación, ayudarse entre sí en alguna misión especialmente difícil, para que el resultado fuese mucho mejor. Aunque ya no es cuestión de buscar en el Doble astral de la Tierra o en la esfera infernal a los que sucumben bajo las cargas de la vida terrestre, la penitencia que en dado caso será impuesta en el futuro a tal ser humano negligente, en sí, podrá ser bastante difícil de realizar, ya que la penitencia, quizás durante mucho tiempo, le impedirá avanzar espiritualmente al que ha faltado a su deber o a su promesa. Por eso: ¡Jamás olvides a tu pariente o a tu amigo, y jamás desatiendas la voz interior que te exhorta a prestar tu auxilio, - espiritual o material -, en los casos en que tu ayuda pueda ser valiosa, ya tenga que ver con un semejante que esté a punto de sucumbir bajo sus cargas, o que, mediante tu autoridad, tu prestigio, tu palabra, puedas sacar a un hermano de una situación difícil o puedas apoyarle en su lucha por la verdad y la justicia!

La simbología que por lo demás forma parte de la parábola, la podrá interpretar cada quien según sus propios pensamientos y sentimientos*.