¡Amaos los unos a los otros!

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    «...Si dos de vosotros en la tierra conviniéreis en pedir cualquier cosa, os la otorgará mi Padre, que está en los Cielos. Porque donde estén dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.» 

 Mt 18, 19-20.

 


YO, Cristo, el mayor de los Menores, os hablo; ¡Escuchadme; porque hablo en nombre de nuestro Dios y Padre!
El me envió a vosotros para enseñaros a vosotros y a todos los seres humanos algunas de las Leyes que están dadas para vuestro peregrinaje hacia la lejana Meta; y además, El me encomendó mostraros cómo podéis todos vivir en tolerancia, paz y amor mutuo.
Lleguen mis palabras a todos los pueblos de la Tierra; todos las oigan y alcancen las regiones más recónditas de la Tierra. Generación tras generación nacerá, vivirá y morirá; mas, mis palabras vivirán por toda la eternidad. Sí, en verdad os digo: Como una antorcha ardiente mis palabras os iluminarán el camino para que nunca os extraviéis!.
Para todos vosotros, los que sufren, los que dudan, los que buscan, levanto mi antorcha en alto sobre toda la Tierra, para que sus claros rayos caigan por los caminos ¡que llevan al Reino de nuestro Padre!.
Por eternidades mi antorcha habrá de alumbraros el camino disipando las Tinieblas que os circundan; y jamás se extinguirá; porque es nutrida de un fuego eterno y sagrado, el fuego que ha sido encendido por la Divinidad Flamante de nuestro Padre, encendido por Su profundo e infinito Amor y Misericordia.
Elevo mi antorcha en alto sobre vuestras cabezas y camino delante de vosotros. ¡Seguídme, todos vosotros que sufrís, todos vosotros que trabajáis penosa y laboriosamente, todos vosotros que gemís y os lamentáis bajo las pesadas cargas! ¡Seguídme todos! ¡Porque os llevaré a nuestro Padre, os daré reposo en Su Regazo!
Sí, en verdad os digo: si queréis andar por los caminos que os muestro, si queréis seguirme sin temor y sin dudas, si queréis erguir vuestra cabeza y fortalecer vuestra voluntad, entonces ciertamente triunfaréis sobre el mal en vosotros, entonces las cargas no os pesarán, entonces os apartaréis con repugnancia de todo pecado, de toda ignominia; - Sí, en verdad, si queréis seguirme, la paz y la gloria del Cielo descenderán sobre vosotros; porque entonces la esperanza de la eternidad en vuestros corazones se convertirá en feliz certidumbre; entonces sabréis con inquebrantable seguridad, que la muerte sólo por un tiempo os separa de los que amáis; entonces sabréis con inquebrantable seguridad: que os encontraréis otra vez en las viviendas celestiales*.
¡Sí, seguidme todos! ¡Porque he prometido llevaros y guiaros al Hogar de nuestro Padre! Mas, escuchad mis palabras, porque yo os digo: si dejáis que os domine la ira, el odio, la duda y el temor, si seguís andando en pecado y en tinieblas, entonces de ningún modo habréis de peregrinar solos; porque yo os acompaño!
Si tropezáreis con las muchas piedras del camino, yo os sostendré para que no os caigáis; si vuestro pie resbalare por la pendiente del abismo, entonces mi mano os sujetará, entonces yo os conduciré otra vez por los caminos y senderos allanados; sí, si os hundiéreis en las insondables ciénagas de las Tinieblas, entonces yo os sacaré de ellas, yo os limpiaré de toda inmundicia, de toda impureza. Sí, aunque me odiáreis y me maldijiéreis, aunque me rehuyéreis y os ocultáreis, no obstante sabré encontraros llevándoos otra vez por los caminos y sendas correctas. Porque las palabras de nuestro Padre fueron éstas: «¡Hijo mío, tus hermanos y hermanas de la Tierra son todos iguales para mi corazón de Padre, todos son bienvenidos a mi Reino, a todos recibiré en mi amplio regazo! Hijo mío, ninguno ha de ser rechazado, ninguno ha de ser condenado, ninguno ha de ser arrojado ni ha de perecer en las postreras Tinieblas!». Y yo, vuestro hermano, os repito: ¡Ninguno ha de ser rechazado, ninguno ha de ser condenado, sí, ni siquiera uno sólo de vosotros ha de ser arrojado ni devorado en las postreras Tinieblas! Porque yo he prometido conduciros y guiaros, y no os dejaré hasta que haya llevado al último de vosotros a reposo en el Regazo de nuestro Padre. –